David Cronenberg continúa escalando puestos como  director, adaptador de textos poéticos e incendiarios y retratista sutil  de su tiempo. Incómoda pero veloz, “Cosmopolis” es la primera gran  película acerca de lo que está pasando.
La trayectoria de David Cronenberg  ha sido la de alguien dispuesto a escarbar siempre más, como una  codicia creativa y acelerada que muchos han equiparado con los delirios  de un cineasta anclado en la confianza de sus propias estéticas. Erik  Packer (Robert Pattinson) desea al comienzo de “Cosmópolis” (ver tráiler)  un corte de pelo, y ese capricho de niño rico preocupado por su  apariencia sumerge al protagonista y al espectador en un vórtice onírico  y pre-apocalíptico que lo es más, en ambos sentidos, por ser tan  contemporáneo. Es el exceso de contemporaneidad lo que machaca la vida,  apunta el personaje de Juliette Binoche  en uno de los secos y a la vez increíblemente generosos y ambiguos  diálogos, heredados de la novela de Don DeLillo, publicada en 2003.
La herencia que el joven y yuppie Packer rechaza se revela como  la de unas responsabilidades que Cronenberg asume en su lugar,  volviéndose más comprometido que nunca con su época: se entiende  “Cosmópolis” en la medida de una fantasía ci-fi, de exquisita factura,  que acontece en la limusina/nave espacial de ese personaje del que nunca  se sabe realmente qué siente; pero también como una tela manchada —las  alusiones a Pollock en los créditos de inicio— por todas las vergüenzas  de un orden social que amenaza con desestabilizarse. Y es en ese  desequilibrio donde Cronenberg, como a lo largo de toda su filmografía,  persigue la belleza y la rima asonante, ejercicio que ya bordó a través  de los ecos de un psicoanálisis decadente en “Un método peligroso” (2011). Pues la asimetría es tan hermosa como necesaria, anuncia Paul Giamatti, cuyo papel ofrece todos los sentidos de la película y de la historia original.
Un debate artístico y político que convierte a Packer en un nuevo  Hans Canstorp: alguien que, en un lugar cerrado, asiste sin estupor al  derrumbe del mundo y al contagio de esa fatalidad en su propio destino.  Desconcierto que se entrelaza con la sosez de Pattinson, un actor  discutible, pero idóneo para representar una juventud, la de una  generación y unos ideales, que se vuelve forzosamente sobrevalorada,  vieja y prescindible. En su físico rocoso Cronenberg esculpe los vacíos  de nuestras obsesiones tecnológicas y financieras, fundadas sobre la  nada, y lo contrapone a la sexualidad de los tacones sobre las  pantallas, de las conversaciones entre botellines de agua y tactos  rectales, de la metáfora obvia —las ratas— contrapuesta a un final  abierto que no es tal cosa. “Cosmópolis” es una obra cerrada que deja en  manos del espectador la valiente obligación de decidir no qué sucede,  sino qué desearía que sucediera. En el mundo imaginado por DeLillo y en  éste.
Calificación: 10/10 
La Butaca.net 
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